viernes, 15 de abril de 2011

La otra versión.

Dios ha muerto, firma: Nietzsche, año de 1884.
Nietzsche ha muerto, firma: Dios, año de 2010.

En el principio era el fin, entonces Dios dijo: hágase la oscuridad sobre la faz de la tierra… y la oscuridad se hizo y esa gran lumbrera a la que los hombres llamaban sol desapareció en el firmamento, llevándose consigo los días y el recuento de las cosas, de los años y las horas. El Señor concluyó que la oscuridad era buena pues encerrábanse en ella la maldad, la traición, el odio, el crimen, y se regocijó. Luego mandó: dejen de brotar de la tierra la hierba, la vegetación que dé semilla, los árboles que lleven fruto, según sus géneros y marchítense las flores. Y todo aconteció según lo ordenado.
Dios pasó a decir: desenjámbrense las aguas de seres vivos; los aires, de toda fauna que vuele sobre ellos; y desaparezcan de la tierra las almas vivientes, según sus géneros. Y se extinguieron los seres humanos, también los animales domésticos, las fieras salvajes y las criaturas silvestres. Después, procedió a convocar a las aguas para que se expandieran hasta ocultar las miserias que había sobre esas franjas secas que en su momento se conocieron como tierra. Cuando vio que aquellas aguas negras, diabólicas, fosforescentes, yermas de vida, cubrían todo, se regocijó con su trabajo y pasó a decir: hagamos al nuevo hombre. Tomó un poco de arcilla, la modeló, sopló por su nariz para insuflarle vida y extrayéndole una costilla procedió a crearle una compañera a la que llamó mujer, porque era hueso de los huesos y carne de la carne de aquel ser. Entonces los vio a los ojos y con asombro descubrió odio en su mirada, comprendió que eran malos, pendencieros, pérfidos, egoístas, ambiciosos, traidores, capaces de mentir, de robar y de asesinarse el uno al otro; sonrió satisfecho con su obra, pues los había hecho a su imagen y semejanza.
Decidió descansar, depositó junto a él su báculo y concilió el sueño. Apenas vieron lo anterior el hombre y la mujer se reunieron en secreto conciliábulo para dilucidar cómo podrían apoderarse de ese cetro que los convertiría en dioses, pues de él parecían dimanar todo el poder y la magia de su amo. El, por ser más fuerte, cargó una enorme roca que dejó caer sobre la cabeza de su Señor, quien no alcanzó a despertar ya nunca. Tomaron el cayado, lo dirigieron hacia los cuatro puntos cardinales, ordenaron que las cosas volvieran a su estadio natural; vieron el primer amanecer de la tierra, se deslumbraron con tanta maravilla, tiraron el cetro y desnudos -como vinieron al mundo-, dispuestos a disfrutar las delicias de la vida, se internaron en un enorme jardín al que llamaron Edén, que se ubicaba al este del Paraíso… dicen.


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